Un deseo impostado de sensaciones invade la tarde y una plegaria ruega tu celo, mártires son las lágrimas de jade que mueren en mi blanco pañuelo. Sobre mi pecho descansa tu desdén, entre diástoles que te lanzan al cielo y sístoles que calman tu desconsuelo, mientras te arropo con sabanas de fino satén. En la realidad de lo supuestamente privado, se instala un silencio precursor y pagano y al calor de la sabana se aventura mi mano, palpando la carne en un diálogo tembloroso y excitado. Se quiebran todos mis sentidos, cuando por debajo de tu vientre mis palpos concluyen en gemidos y brota caliente el flujo de tu aguardiente. Tus ojos cerrados, tus labios ansiosos, buscan un beso casi tembloroso, las bocas se juntan en el sueño del deseo donde ya nacen uno a uno los jadeos. Feroz se desviste el cuerpo en deseo, dilapidando la calma del desamparo, la necesidad se columpia entre ternuras, quemazón, caricias y posturas. La sangre en súplicas y entregas se templa, los jadeos se ecli